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Articulos El Guerrero 29 septiembre, 2022 (Comentarios desactivados) (133)

Las abuelas de la Plaza de Mayo y las madres de los 43

Mayra Martínez Pineda

La palabra piedad es un término que ya casi no escucho, se usaba para completar una súplica ante actos hostiles, o ante quienes podían, desde su propia gracia, hacer algo a favor de otras personas. Hay gente tirana y hay gente piadosa; personas empáticas que se mimetizan con el dolor ajeno.

Esa parte de la vida es complicada, cuando te mueve la tristeza de otros seres, en verdad que el corazón sí se conduele y se sufre.

Figúrense que es el año de 1976, que viven en Argentina y hay un dictadura militarizada presidiendo un movimiento llamado Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983), que consolidó la manera de eliminar a sus detractores y opositores de una forma despiadada, desapareciendo personas, a sus hijas e hijos, incluso antes de nacer, cual episodio bíblico del Día de los Inocentes.

Y es que hay que conocer la historia del mundo para comprender el alma de quienes desde el poder se deshumanizan en sus ideologías y cómo estar alertas siempre. Fueron delitos de lesa humanidad, y por ello, un grupo de mujeres comenzó desde el dolor, a reunirse, con pañoletas blancas en la cabeza para buscar a sus hijos, también a sus nietas y nietos que fueron desaparecidos. “Reteniendo a los niños nacidos en cautividad y entregándolos posteriormente como botín de guerra”, se afirmaba el poder del Estado patriarcal militar sobre un aspecto característico de la identidad femenina, la maternidad. Con la supresión de la madre, se quebranta el lazo humano fundamental, y esto robustece la creencia de que el Estado militar controla todo sin oposición. “Ser capaz de atacar a la vida en sus propias raíces muestra al poder militar como absoluto e inmutable”: Rita Arditi y M. Brinton

Qué grave y qué desolador saber que esto tuvo lugar y que entonces las madres y abuelas  se reunieron con otros familiares de las víctimas, decidieron hacer una resistencia no violenta en la emblemática Plaza de Mayo.

Valientes madres y abuelas iniciaron un movimiento enorme que aún persiste, ellas mismas buscaron y desde su propia lucha se hacían pruebas de ADN para encontrar a sus desaparecidos. El movimiento creció tanto que tuvo legitimidad para otras demandas sociales como hogares y establecimientos de guarderías.

Cuando veo en las calles a las madres que buscan a sus hijos, los alumnos de Ayotzinapa desaparecidos, recuerdo tanto esa lucha de las abuelas argentinas, que no conocí pero he leído de sobra; contextos tal vez distintos, pero en dolor es lo mismo. Las mujeres son, desde el activismo, las que no dejan de buscar, las que arrancan la tierra de propia mano para tener alguna pista. Y no es romantizar a las madres, es simplemente mostrar con empatía que ante cualquier indolencia o revictimización, el cause siempre será la unión y la fuerza para continuar, “hasta encontrarles”.

Ni aquellas ni éstas son distintas, muchas veces los familiares de personas desaparecidas suelen dar más avances a las búsquedas que los propios especialistas, pero no pueden solas ni solos, esa piedad ante el dolor ajeno es la que realmente abre puertas. Esa diferencia entre quién o quienes desde la tiranía dañan, y quienes ayudan es el contrapeso real en materia de derechos humanos, como ven, estos países son incipientes, llegará un día en que estas historias de dolor y de terror, sirvan para mostrar cuánto se ha avanzado y cuánto se ha aprendido.

Por lo pronto, toda la empatía a las madres de los 43, como a las abuelas de la Plaza de Mayo, en el marco de un aniversario más de esa noche dolorosa para el pueblo de México, ante los ojos del mundo.