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Articulos El Guerrero 6 agosto, 2023 (Comentarios desactivados) (246)

López Obrador, Madero y las corcholatas

Ginés Sánchez

Desde la primera vez que vi la efigie de Francisco I. Madero en el logo del gobierno de López Obrador, debo confesar que sentí una inquietud no lejana al temor; Madero es una figura histórica que quizás sea la que más daño causó a México, ya que siendo un joven millonario que vivió en el extranjero, estudiando años clave en su vida, lo que menos conocía era del arte que supone gobernar, menos aún a su propio país.

Madero sirvió siempre a las élites, y lo que menos le interesaba eran los cambios de fondo (una verdadera transformación) que el país necesitaba, el famoso “Sufragio efectivo, no reelección” no era siquiera un eslogan suyo, sino copiado del mismo Porfirio Díaz de los tiempos de cuando pretendió tumbar (con el Plan de La Noria y el de Tuxtepec) a Juárez y a Lerdo de Tejada, para quedarse él mismo con la Presidencia; por cierto, nunca cumpliendo con el supuesto principal postulado de sus asonadas, una vez ya en el poder.

La ineptitud, torpeza y ausencia de una visión realista de Estado de parte de Francisco I. Madero, lo único que lograron fue desatar una muy larga guerra fratricida en el país, algo así como Felipe Calderón; vaya, qué no es, ni de lejos, casualidad que su descendiente, Gustavo Madero, tan parecido a él, no sólo en lo físico (es casi un clon) sino en todo lo demás también, milite en el partido Acción Nacional. Sí, en el partido elitista y falto de oficio político de ultra derecha, al que Ruiz Cortines llamó “los místicos del voto”, y con mucha razón, porque lo mismo que los Madero, siempre han pensado y actuado como si el arte de la política comienza y termina sólo en el tema electoral. Bien, los rasgos indeseables de Madero ya comienzan a hacer mella en el actual gobierno, el presidente López Obrador creyó prudente jugarle a la utopía maderista y abrir el proceso sucesorio antes de tiempo, con el iluso fin de que “el pueblo decida”, olvidando de un plumazo que ese mismo pueblo, así haya sido en procesos cuestionados, posibilitó la llegada de personajes como Calderón y Peña Nieto a la primera magistratura.

Hoy, con la combinación consistente en que Claudia Sheinbaum es una pésima candidata y la irrupción de un personaje (para mí en lo personal, grotesco) como lo es Xóchitl Gálvez, tengan en cierto peligro una tersa continuidad de la 4T, de entrada esa mencionada combinación de factores, hace ya lucir difícil que el oficialismo consiga la mayoría calificada en las urnas para el Congreso luego de las elecciones en 2024.

¿Tiene el Presidente aún resortes y margen para cambiar el panorama que luce con nubarrones en el horizonte?, es el Presidente de México, el tlatoani, y creo que aún los tiene al no haber, jurídicamente un precandidato siquiera, para por ejemplo, conseguir una candidatura de unidad, con Adán Augusto López Hernández encabezándola, que tiene mucho más tablas políticas y visión de Estado y Nación, con miras a una elección presidencial, que las otras cinco corcholatas, qué aunque si bien, los estatutos internos del partido para la elección del coordinador de los Comités de Defensa de la Cuarta Transformación no permiten declinación de alguno de los aspirantes por otro de sus pares, tiempo y opciones legales aún las hay, y con el suficiente margen de acción.

En fin, veremos si el Presidente abre los ojos y se deja, aunque sea en parte, la utopía maderista de lado, aún inviable por completo en México, que el país tiene sus propias opciones para una democracia propia, y no forzosamente un modelo calcado de las potencias anglosajonas, es decir, “liberales democráticas”, con marcado énfasis en la de los Estados Unidos, que no necesariamente van en consonancia con nuestra historia e idiosincrasia.

En pocas palabras, López Obrador, al parecer, renunció (innecesariamente) a su facultad meta constitucional de nombrar a su sucesor, misma que quizás, sea el último Presidente en tenerla, cuando menos con tan cómodo margen; de no haberlo hecho, veríamos hoy un ambiente político mucho más terso, sin renuncias anticipadas en encargos clave, y sin el natural desgaste y quizás confrontación hacia el interior del oficialismo.