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Articulos El Guerrero 2 febrero, 2024 (Comentarios desactivados) (24)

Acapulco de mi corazón 

Sergio Lugo 

Visité Acapulco por un motivo personal. Quedé impactado al comprobar los estragos del huracán, que aún se sigue padeciendo su destrucción. Algunos edificios de la Costera, parecían como sí, estuvieran en una zona de guerra y les hubieran caído bombas. En las calles, ya casi no hay basura, pero sí sentí mucha soledad, o más bien, una especie de penuria o tristeza, entre la gente, el mar, las palmeras, y toda la atmósfera. Me duele porque es mi tierra, aunque nací en Taxco, el puerto de Acapulco, pertenece a Guerrero, y son mis paisanos quienes sufren, lo sentí en sus miradas. Ojalá que mis lectores de otros estados, vayan a Acapulco, aunque sea un fin de semana, para ayudar a la economía, porque se requiere mucha solidaridad, no sólo para reconstruir o restaurar, edificios, hoteles y restaurantes, sino también para las personas, en el sentido, del cariño de los demás mexicanos, eso es fundamental. Debo aclarar que la gente que entrevisté, todos están agradecidos con el gobierno federal de Andrés Manuel López Obrador, porque sí les llegaron sus despensas, dinero, y también a algunas casas, sus refrigeradores, colchones, etcétera. Pero también, es primordial hablar con la gente, escucharlos, apapacharlos. Yo miré mucha gente afro, que en Guerrero les decimos “costeños” (yo le tengo un aprecio a esa gente, porque ahí nació alguien especial para mí, por eso le llamo “Acapulco de mi corazón”), algunas señoras se veían desnutridas. Otro señor muy platicador, me vendió un delicioso coco, con su agua fresca, él nació en Acapulco, pero los cocos los traen desde San Marcos. Todos muy amables. Aunque debo decirlo, la otra cara es precisamente la delincuencia, que impera en las calles y en las playas. No sé cuándo se va erradicar eso. Conocí gente trabajadora, jovial (los de Guerrero, así son la mayoría), creo que todos teníamos una pena, o congoja colectiva, pero al mismo tiempo, una esperanza y alegría por algo mejor. Ojalá mexicanos de otros estados fueran a Acapulco y nos diéramos un abrazo colectivo. Allá les hacen falta más espacios de esparcimiento y diversión sana. Amanecí con el mar enfrente de mí, y su color azul marino es diferente al de otros paraísos mexicanos, incluso está rodeado de colinas, como en donde me dormí. Su arena es más oscura y gruesa a diferencia de la del Caribe. Sus olas son más bravas, aún así no deja de ser sabio, el mar. Fui a La Quebrada, me tocó presenciar a jovencitos con sus clavados espectaculares. A su lado el hotel El Mirador, estaba casi solo. Y a unos minutos, se encuentra el emblemático Flamingos, donde se hospedaba Johnny West Weissmüller, el famoso Tarzán. Ya en algún otro artículo quisiera escribir sobre el apogeo de Acapulco en los 50 y sus estrellas de Hollywood. Porque Acapulco son muchos en uno solo, el de la zona marginal, el de clase media, y el de ricos. También fui al Zócalo, había algunos vendedores de artesanías, en su iglesia la gente orando, afuera, información de la Secretaría de Bienestar federal; su titular, Ariadna Montiel, vive ahí desde hace unos tres meses. En las noches, en otras calles, la gente estaba formada para recibir sus enseres, fue impresionante. Acapulco requiere promoción, pero también hoteles para hospedar a los turistas, y así que dejen su dinero. Sobre todo, mis paisanos necesitan la interacción con la gente del exterior, para sentir su corazón. Ojalá presente el libro de Zapata. La sal y sol de Acapulco me supieron a tristeza, desolación, pero también a fe, ahínco, esperanza, a fuerza. Ánimo, hermanos. Muchas gracias por sus atenciones a Esmeralda y Chucho, ustedes me hicieron sonreír, y me enseñaron a cómo se debe luchar para vivir.